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Hace años que algunos economistas de la escuela austriaca venían avisando de que la próxima gran crisis vendría provocada por el excesivo endeudamiento de los Estados. Precisamente tras la crisis financiera de 2008 que tuvo al endeudamiento de los particulares como protagonista, la reacción de los bancos centrales fue imprimir dinero a mansalva para intentar levantar la economía a través del consumo, pero lo que ha ocurrido es que ese dinero, como explica el Efecto Cantillon, no ha ido a parar al gran público, que es el que consume en base al dinero disponible, sino que una parte muy importante se ha quedado entre los que más tienen y que también muchas veces menos gastan, por lo que lo han dedicado a invertir.
Así hemos visto, por ejemplo, al índice S&P 500 multiplicar por 5 su valor desde los mínimos de 2009 hasta los máximos de 2021 y todo ello intercalado con una crisis provocada por la pandemia mundial y el consiguiente incremento del endeudamiento de los Estados, que parece haber sido el último estertor, previo a la gran crisis que estamos empezando a vivir. Una crisis que encaja perfectamente en el modelo que proponen los economistas austriacos de ciclos económicos provocados por la política monetaria moderna, que acaba convirtiéndose en la principal causa de aquello que curiosamente busca prevenir.
Porque aunque los políticos están haciendo todo lo posible por culpar a la guerra y la crisis de los suministros, de la inflación y de la crisis económica, la única razón de esta crisis es que la economía no se puede seguir inflando de manera artificial, por mucho que quieran y por mucho dinero que impriman, por lo que en algún momento tiene que tocar replegarse, volver a la austeridad y reducir el gasto público que tan necesario resulta para mantener a los votantes contentos.
Y es que el gran problema en el que estamos sumidos ya no es tanto de modelo económico sino de modelo político, porque al fin y al cabo la parte económica se acaba resolviendo cada ciertos años, aunque sea por las malas, a modo de purga, pero el problema que tenemos con los políticos es mucho más grave. Porque la supuesta democracia en la que vivimos en la mayoría de países occidentales con el tiempo se ha ido convirtiendo en una oligarquía partidista en la que una élite de políticos se suceden unos a otros perpetuando el poder entre aquellos cuyo únicos incentivos son extraer el máximo beneficio personal durante el tiempo que gobiernan.
Entonces, ¿cómo puede resolverse este gran problema? todo apunta a que solo quedan dos opciones, que sigamos en este estado de aletargamiento que provoca el dinero fiat, o que Bitcoin acabe cumpliendo su misión derrumbando el castillo de naipes que se ha ido construyendo a lo largo de siglos en las que los Estados han ido acaparando toda la soberanía personal que les hemos ido cediendo los ciudadanos.
¿Tendrá razón Álvaro de María cuando habla de que la crisis del Estado ha comenzado? ¿o por el contrario estamos condenados a un futuro como el que describe Cris Carrascosa en su último artículo?
“Reconozco que cuando llegué al mundo cripto hace 9 años, pensé que seríamos todos lo suficientemente listos y honrados como para no cometer los mismos errores y negligencias que ya habían cometido en los mercados financieros tradicionales que trataban de sustituir. Me equivoqué”.
Es cierto que Bitcoin es otra cosa, que no podemos meterlo en el mismo saco que las shitcoins, pero también tenemos que ser conscientes de que al final es la sociedad la que tiene que estar convencida de todo esto y que son los inversores los que a través de la ley de la oferta y la demanda determinan el valor de los activos. Así, de la misma forma que Amazon se vio afectado por la crisis .com, pasando sus acciones de cotizar a 5 dólares en 1999, a valer 0,3 dólares en 2001, cuando la empresa sí que tenía un modelo de negocio valioso, nadie puede decir que cuando el mercado de Bitcoin haya madurado, igual que ha madurado ya el de Internet, no veamos que el bitcoin vale lo que realmente muchos pensamos que debería valer.